Cuando hablamos de la osteointegración, inmediatamente estamos aludiendo a la disciplina de restauración odontológica.
Propiamente: tratamientos de colocación de implantes dentales. Así es, la osteointegración y la implantología son dos asuntos casi inseparables, como cualquier cicatrización con una intervención quirúrgica respectivamente. Ahora bien, aunque el término “Osteointegración” ha prevalecido desde hace más de seis décadas y que – evidentemente – la palabra es bastante diciente per se, no solo resulta importante comprender de qué se trata este proceso, sino también cómo se lleva a cabo.
Alrededor de 1950 el profesor e investigador Per-Ingvar Brånemark adelantaba estudios para conocer la respuesta de la médula ósea ante diferentes situaciones. Entre dichos estudios, Brånemark descubrió la bio-compatibilidad entre el titanio y el hueso, lo que más adelante desembocó en la creación de unos pequeños elementos artificiales en forma de tornillo que – incluso en la actualidad – son popularmente utilizados para reemplazar piezas dentales perdidas y evitar la evolución de las afectaciones que tal situación puede traer consigo. Estos elementos son conocidos desde entonces como Implantes Dentales.
Por causa de las condiciones físicas del titanio, en el momento en que éste entra en contacto con la atmósfera se transforma en óxido de titanio. Esto promueve la generación de un entorno sin reacciones inmunitarias que, eventualmente, facilitarán el proceso de integración entre el implante dental y el hueso maxilar.
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En 1952 – dos años después del inicio de sus investigaciones – Per-Ingvar Brånemark utiliza oficialmente el término “Osteointegración” por primera vez, con el fin de conceptualizar el importante proceso de asimilación por parte del organismo ante un cuerpo ajeno; en este caso, el proceso de anclaje del hueso maxilar con el elemento artificial que reemplazará la pieza perdida.
El proceso de osteointegración, a grandes rasgos, se debe a la capacidad de reacción ósea frente a los mucopolisacáridos, glucoproteínas y osteoblasteos, promoviendo un complejo proceso bio-químico y ultraestructural, donde se regenera el hueso alrededor del implante. Pasando a una explicación más profunda, el proceso de osteointegración se divide en tres grandes etapas:
- La formación del hueso reticular, la cual sucede desde el primer día hasta la cuarta o sexta semana. Durante esta etapa el hueso reforma la estructura de bordes y espacios intervenidos para la colocación del implante dental. En términos coloquiales: la recuperación.
- Durante el segundo mes, la segunda etapa es la de la adaptación de la masa ósea al implante dental. Durante este mes, inicia un proceso de acondicionamiento de bio-compatibilidad, donde ambos agentes se unifican en términos orgánicos
- La tercera etapa consiste en la adaptación de la estructura ósea a la carga done, luego del tercer mes en adelante, el hueso continúa con su desarrollo alrededor de la estructura de los implantes dentales.
En síntesis, es normal que luego de las primeras cinco semanas posteriores a la colocación del implante, no se evidencia señal alguna de osteointegración, pero al cabo de tres meses habrá un contacto notorio entre el titanio y el tejido óseo. La resistencia en la sujeción entre la masa y el cuerpo ajeno irá aumentando y se estima que al término de 72 meses la osteointegración ha alcanzado su punto máximo, permitiéndole al paciente retomar sus actividades cotidianas con libertad. No obstante, del mismo modo que en cualquier situación médica, es crucial asistir a controles médicos con el especialista encargado de llevar registro de la evolución.
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Cabe recordar que el proceso de osteointegración no representa una fusión absoluta entre hueso y titanio, sino la generación de una estructura ósea que sujeta firmemente al implante dental. Asimismo – y a modo de mutualismo – el implante dental permite que el hueso se integre y no se retraiga como normalmente podría suceder en una situación de no reemplazo de un diente extraviado.